Solo el año pasado me pasó tres o cuatro veces. En algún encuentro social, un flaco, una flaca, ofrecía gomitas de
CBD; gummies artesanales que, supuestamente, relajaban o aliviaban el “dolor”. Cualquier dolor.
Paralelamente, aquí y allá (en México, en California, en Canadá) se hablaba de “onderos” emprendedores que
estaban impulsando el negocio de la “marihuana medicinal”, siendo el eje, justamente, el famoso CBD. Con eso en
mente (y en el discurso), levantaban millonarios fondos para crear atípicas startups (de cremas, aceites, gominolas,
etc.) que, según Forbes, crecían con la misma fuerza que las punto.com en los años 90.
Pocos conocen mejor la historia que Patricio Rabinovich (chileno, 54 años, casado, 4 hijos), un visionario
emprendedor hoy especializado en biotecnología, quien tras egresar de la Universidad Adolfo Ibáñez, trabajó
intensamente en la industria farmacéutica en Santiago, primero en Laboratorios Abbott y después en Recalcine.
Luego, partió con su familia a Argentina y allá se independizó. Primero fue accionista minoritario de un laboratorio
propiedad de Advent, un fondo de inversiones. Luego, accionista mayoritario de Alef Medical, el laboratorio
farmacéutico que creó y hoy dirige.
“En el fondo”, explica Rabinovich sentado en su oficina cerca del estadio de River, “siempre he sido un emprendedor
serial”.
Por lo mismo, en 2017, un grupo chileno -en tándem con una empresa canadiense- lo contactó para desarrollar en
Argentina productos basados en la Cannabis sativa, el nombre de la planta de la marihuana.
“Ellos pensaban”, recuerda Patricio, “que el negocio del cannabis medicinal sería interesante, aunque su crecimiento
estaría liderado por consumidores que tendrían libre acceso a marihuana. Es decir, tras lograr cambios legislativos en
distintos países, el negocio se desarrollaría como el del tabaco o el alcohol. Yo pensaba y sigo pensando lo opuesto”,
agrega.
Cuento corto: el grupo chileno no quiso invertir en Argentina, como lo habían ofrecido originalmente. Y Rabinovich,
impulsado por su olfato, contactó a la empresa canadiense y decidió emprender solo. Tenía el capital y la experiencia
en la industria farmacéutica como para intuir por dónde andaría bien la cosa.
Rabinovich hizo su maleta y se lanzó a viajar. Su objetivo era que una compañía le proveyera el ingrediente activo
farmacéutico (IFA) con la calidad necesaria para que después el producto (CBD) no requiriera de una legislación
especial, sino que se considerara un producto farmacéutico.
Tras dos años de esfuerzo, el resultado fue Convupidiol; un medicamento para tratar la epilepsia refractaria, el que
no tardó en ser aprobado por la Anmat; la versión argentina del ISP chileno. Las ventas partieron en diciembre de
2020 en Argentina. Y, de inmediato, Alef Medical y sus asociados comenzaron a aparecer en los medios, se
organizaban seminarios y reuniones de telemedicina para conocer más de un fármaco que, si bien ya existía en otros
mercados, en Argentina costaba una fortuna. Cuento aparte era su efectividad.
“De acuerdo al seguimiento protocolizado que hicimos a pacientes que toman Convupidiol”, asegura Rabinovich, “un
87% redujo sus convulsiones y la cuantía de esa reducción fue de un 60%”.
Dos años después, se comenzó a vender en Uruguay. En octubre del año pasado partió la venta en Chile y en estos
días se afina el ingreso a Perú y Ecuador.
En nuestro país, Convupidiol se convertía en el primer medicamento genérico autorizado por el ISP con CBD (o
cannabidiol, un cannabinoide no psicoactivo), bioequivalente de un producto ya aprobado por la FDA y EMA
(Europa).
Vale, entonces, la advertencia: según nuestra legislación, cualquier producto farmacéutico que declare
contener
CBD y no tenga un registro sanitario otorgado por el ISP tiene prohibida su comercialización. En el caso del fármaco
producido por Alef Medical, solo está a la venta en la Liga Chilena contra la Epilepsia. Y desde el 2017, en el Congreso
se tramita un proyecto para modificar el Código Sanitario -en relación al CBD- a fin de permitir la elaboración de
productos derivados de la cannabis, destinados a tratamientos recetados por facultativos.
En el lanzamiento en Santiago, médicos que sabían de la eficacia del CBD para tratar la epilepsia refractaria
celebraron el arribo del producto. Al menos por dos razones: los pacientes a los que les indicaban el medicamento
debían comprarlo en Estados Unidos y su valor era altísimo. Aparte, en el mercado nacional aparecían productos
alternativos que aseguraban tener CBD.
“La industria farmacéutica enseña”, dice Rabinovich, “que el valor de un producto está en su fórmula inalterable, lo
cual permite tratar enfermedades con riesgos controlados”.
La gran satisfacción, afirma, llegó cuando el propio Rabinovich visitó a una familia en la comuna de María Pinto, cuyo
hijo, Sebastián, estaba siendo tratado con el fármaco con éxito.
Patricio lo cuenta en la sala de reuniones, pasado el horario de oficina. El lugar tiene algo de cowork, de startup
recién sanitizada. Todo es minimalista, con muebles de diseño.
Patricio va y viene con decenas de papeles. Contesta llamadas mientras se cruza por un monumental ventanal, en el
que se espejea, al atardecer, el río de La Plata y los mástiles de los veleros que aún navegan al caer el sol.
En su teléfono, Rabinovich busca algo y, cuando lo encuentra, lo muestra y dice: “Mira”, (en realidad dice mirá, está
argentinizado), “todas las compañías que apostaron por el uso del CBD en productos wellness se están yendo al
suelo”.
En la pantalla aparece el movimiento de las acciones de empresas icónicas de la industria de la marihuana medicinal.
Entre ellas, Charlotte Web, la vedette del rubro, famosa por sus coloridas gominolas que vienen en seductoras
cajitas de lata. Hasta hace poco, sus acciones costaban 30 dólares. Según veo en el celular de Rabinovich, ahora
cuestan 1 o menos.
“Nunca”, dice Patricio, “le vi valor a eso. Ellos creían que, cosas que tenían que pasar, finalmente no pasaron. En
Argentina, en cambio, decidimos producir fármacos con CBD, uno de los 500 componentes de la marihuana,
apostando a la receta médica. Lo nuestro es un producto farmacéutico”.
Pero ustedes también producen cremas que contienen CBD.
“Varias cremas. Lo que hace el CBD en la piel, según concluyen las investigaciones, es humectarla y reducir la
inflamación. En definitiva, reducir signos de envejecimiento. En todo caso, en Chile estas cremas el ISP no las ha
autorizado”.
¿En qué quedamos entonces? ¿Estamos en la prehistoria del uso del CBD?
“Farmacéuticamente, estamos en el inicio. Recién se están descubriendo indicaciones, nuevos usos y dosis precisas.
En este laboratorio, de hecho, estamos tratando de avanzar en que el CBD funcione en otras patologías severas,
como TEA (Trastorno del Espectro Autista) y otros cuadros de epilepsia severa. El punto es que, en esto del CBD,
siempre se termina hablando del dolor y su alivio. La cosa es que si te tomas un ibuprofeno también se te pasa el
dolor. ¿Sí? ¿Y cuánto vale un ibuprofeno? Nada. Aparte, hay millones de dolores diferentes y contar con tantas líneas
de tratamiento requerirá de muchísima investigación”.
Parecía que la gran promesa del CBD era que nos libraría del dolor.
“No sé si la gran promesa del CBD sea el dolor. Yo pienso que tiene que ver más bien con los trastornos neurológicos.
Por ejemplo, el párkinson. De hecho, ya hay investigadores que aseguran que están teniendo satisfactorias
respuestas. Pero ojo, cuando digo esto, no hablo ni científica ni médicamente. El punto es que, considerando que hay
quienes aseguran que con distintas dolencias han tenido mejorías al consumir CBD, lo único que queda es investigar”.
Y acabar con el dolor.
“La gente hace rato anda buscando soluciones al dolor. Ahí están todos los derivados morfínicos, opioides, que hace
no mucho generaron una gran crisis en Estados Unidos. Por lo mismo, las agencias reguladoras están cada día más
preocupadas de que no vuelva a pasar algo así, más considerando que se otorga el aval del Estado. Decir que algo no
es, cuando en verdad sí, es grave. Y, en el caso de componentes de la marihuana, si te dicen no pasa nada, el
regulador tiene que tener la certeza de que efectivamente no pasa nada. La salud pública es un bien que hay que
proteger”.
Rabinovich es un emprendedor atípico. En buena medida porque es de esos ejecutivos a los que les gusta leer. Sus
autores argentinos favoritos son Hernán Casciari (Seis meses haciéndome el loco) y Juan Sklar, este último, el ácido
inventor del postcinismo porteño.
En un momento, Rabinovich, pese a ser un empresario farmacéutico, experto en protocolos GMP y secuenciación
genética, intentó editar a Sklar en Chile. Lo tomó casi como un asunto pastoral.
“En Argentina”, dice, “internalicé un concepto que para los chilenos es muy difícil de entender: la horizontalidad. Aquí
un megamillonario es igual que cualquier trabajador. En Argentina nadie te dice ‘don’ o ‘señor’, te llaman por tu
nombre. Y eso tiene que ver con cómo la gente se plantea frente a la vida. Acá los empresarios no son una megacasta
interestelar”.
Patricio habla de cómo es esto de vivir en Argentina, cuando no son pocos los que se están marchando del país.
“Argentina”, dice, “vive en una crisis permanente y eso desde hace muchos años. Yo llegué a vivir con mi familia en
2006 y, desde entonces, siempre ha habido alguna situación económica especial, ya sea mundial o propia del país”.
Los jóvenes se largan a Miami o a Madrid. ¿Cómo es que un tipo exitoso como tú, además chileno, se queda?
“Ciertamente, muchos jóvenes se ilusionan con la estabilidad que ven en Estados Unidos o España. Pero a mí me
gusta acá. La gente es divertida, tienen sentido del humor”.
¿Y cómo se lidia con la inflación?
“En Argentina, vivir con una inflación tan alta es algo que no tiene recetas. Al final solo lo logras si activas el instinto
de supervivencia. Eso hace que los emprendedores que hay en Argentina sean de verdad”.
En Chile está la idea de que vivir en Argentina es imposible, que no se puede.
“No solo se puede, sino que, en nuestro caso como en el de muchos chilenos acá, no existe otra posibilidad. Lo bueno
es que la sociedad argentina es abierta, divertida, a prueba de depresiones. Constantemente viven situaciones tan
duras y bizarras que al final compensan lo malo con la alegría que dan los encuentros con los otros: ya sea en el
fútbol o en el asado de fin de semana”.
Rabinovich cuenta que, aparte del laboratorio, desarrolla un nuevo proyecto en el área de la salud, que se ha
centrado en la genómica.
“Acabamos de abrir un laboratorio de secuenciación genómica orientado a la medicina personalizada. Costó diez millones de dólares y está a la vanguardia en Latinoamérica. Ahí analizaremos la genética de tumores, generando información para el oncólogo. También de los familiares de quienes tuvieron tumores. Luego haremos terapia
génica”.
Para lograr el salto cuántico, Rabinovich instaló parte de su plataforma en Israel y junto a socios argentinos, que
aportaron fondos, están abriendo una oficina.
La gran promesa en el área de la salud es la biotecnología. ¿Derrotaremos al cáncer, por ejemplo?
“Hay cánceres que no tenían cura, pero ya se están tratando con terapia génica; tratamientos, por ejemplo, con
cadenas de péptidos hechos a la medida o cadenas de células T modificadas. El punto es entender las causas de los
problemas. Y, en el caso de la epilepsia, lo relevante no es detener las convulsiones, sino atacar la causa. Para eso, lo
importante es saber si un paciente será o no epiléptico antes de que tenga su primer ataque”.
¿El futuro es la genómica?
“La genómica ya está. Lo que falta es lo económico. Es una tecnología de alto costo a la que el común de la gente no
puede acceder. Por eso el esfuerzo que implica, solo para una persona, analizar muchos terabites de información con
ayuda de inteligencia artificial. Es la integración de las ciencias de la salud con la informática”.
Vaya cambio desde que saliste de Chile y te instalaste en Argentina.
“No lo veo así. Creo que soy el mismo de siempre. Estoy muy bien porque tengo menos tiempo para estupideces.
Trabajo mucho, pero mi verdadero objetivo es ser un buen marido, un buen papá y una buena persona con la gente.
Pago mis impuestos. Al- gún día moriré. Eso es todo, ¿no?”.
Por: Sergio Paz
Fuente: El Mercurio
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